Te despiertas a las 3 de la mañana sin saber porqué y tu cerebro decide que ya es de día (mentira! aquí no amanece hasta las 7.30!!) y que ya no vale la pena dormir.
Entras a trabajar a las 10 de la mañana con sueño.
Tu jefe te manda a hacer el descanso (osea, la comida) a las 11 de la mañana.
El cocinero decide que aún no es hora de hacerte pasta, que "lo único que puede darte es un sandwich de jamón y queso". Pues vale, te comes el sandwich, que remedio.
A las 23 sales de trabajar con un agujero en el estómago (sin comer desde el descanso), unas ojeras que traspasan el antiojeras y el maquillaje y con dolor de piernas.
Llegas a casa y te pones a comer a las 12 y pico de la noche sin ningún remordimiento de conciencia y sin pensar en lo que te estás metiendo en el cuerpo.
Y sigo viva. Y por si alguno lo duda, he adelgazado.
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